Por 13 razones y 50 retos: El vínculo del desafío y las redes

Hemos oído hablar mucho en los últimos días de la ballena azul y de sus 50 pruebas que se concluyen con la victoria suicida de quien en esta aventura virtual se encamina, del mismo modo, entre una noticia y otra, hemos podido observar también cómo nuestro muro de facebook se llenaba de artículos que anunciaban la segunda temporada de la serie «Por trece razones», cuando aún quedaba viva la polémica desatada por su primera edición. Sin animo de desalientar a quienes todavía no hayan podido ver esta producción original de Netflix, nos gustaría proponer una reflexión sobre el vínculo común que ambos fenómenos presentan desde el punto de vista del trágico desenlace que presuponen: el suicidio. Eso sí, antes queremos dejar bien claro que no se trata de una «equiparación» sino de una análisis que se pone como objetivo subrayar la creciente vulnerabilidad de los adolescentes ante algunas dinámicas sociales de rechazo que el onnipresente uso de las redes sociales puede llegar a provocar.

El vínculo del desafío Si algo tienen en común estos dos fenómenos (real y cinematográfico) es el papel que en ellos desempeña el concepto de desafío, el desafío como método. En el siniestro caso del reto de la ballena azul, son estas 50 pruebas las que determinan si un individuo está o no está a la altura de las expectativas: ¿cuáles son estas expectativas? Según declaró uno de sus creadores, el ruso Philip Budeykina, al sitio web Saint-Peterburg.ru contar con los requisitos necesarios para pertenecer a una sociedad «limpia de gente y residuos biodegradables que no tienen ningún valor«, cuando se le pregunta, además, sobre la muerte de quienes tomaron parte en su desafío responde contundente: «Murieron felices, les dí lo que no tienen en la vida real, calidez, comprensión y comunicación«. La elección de la ballena azul como totem, busca la identificación con el que es el mamífero más grande del planeta, y que, a pesar de su innata majestuosidad, se siente solo, condenado a vivir una existencia marginal que lo lleva a «arenarse en una playa y dejarse morir», como relata una de las amigas más cercanas de Maylen Lizette, la niña colombiana de 13 años que se quitó la vida el pasado 28 abril ahorcándose con una soga tras haber iniciado el siniestro juego. Colombia, junto con Brasil, son dos de los países donde este desafío está abriéndose paso con mayor ferocidad. El desafío es, por lo tanto, el método, la guía práctica que nos lleva hacia la única victoria posible: el suicidio. Seres incomprendidos a los que no les queda más salida que la de abandonar un mundo que no les escucha. ¿Y qué tiene esto en común con el caso de Hannah Baker? La protagonista de la serie «Por 13 razones», de existir, hubiera sido una presa fácil para este juego. La crónica de su muerte, narrada a través de 13 cassettes, recuerda muy de cerca el sistema del desafío, esta vez entre víctima y carnefice: «¿Puedes seguir escuchando?» es el reto que Hannah propone a cada uno de los acusados. Uno a uno, éstos, deberán demostrar que son capaces de vivir con el remordimiento y cargar con la culpa que ella misma, con su suicidio, crea y relata.

La victoria en la muerte No creo equivocarme al decir que en «Por trece razones», uno de los mensajes que se transmiten es el de una muerte victoriosa. Me explico, la línea narrativa quiere llevarnos hacia un desenlace en el que la «sociedad», sorda y enferma, junto con el egoísmo de cada uno de los culpables, protagonistas de cada una de las cintas, llevan a una joven al suicidio tras no haber sabido «detectar» los síntomas. Pero si nos ponemos en el lugar de una adolescente víctima de bullying, acosada en redes, marginada e impotente ante tanta humillación, la historia da Hannah cambia. Compungida y resignada, saca fuerzas de flaqueza para preparar su venganza. Con su último gesto, consigue que sus carnefices sufran. Solo se habla de Hannah: En la escuela, entre sus amigos, en casa… Diez episodios divididos en fascículos vengativos. Y este es un mensaje muy peligroso. Sobre todo porque las razones que llevan a Hannah a quitarse la vida no son extrañas a la común dinámica de cualquier instituto, nada de lo que a ella le ocurre puede tacharse de «extraordinario», desgraciadamente. Vivir un abuso sexual por parte de un compañero, sentirse humillada públicamente, la traición de una amiga… ¿Cuántos casos como el de Hannah se esconden en cada rincón de las escuelas? Esta serie asusta, asusta por partida doble: 1) como padres o educadores se nos acusa de no saber escuchar y se nos exlcuye como parte positiva y, como espectadores, se nos pide empatía a la hora de comprender los motivos. 2) como adolescente me están diciendo que sí, que tengo razón, que soy una ballena azul, estoy sola, nadie me escucha y pedir ayuda es inútil.

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