Sumisión y feminismo: ¿Se puede ser sumisa en la cama y defender el feminismo?

¿Crees que tu feminismo determina tus relaciones sexuales? Hoy hablamos sobre la sumisión sexual desde un punto de vista feminista.

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    Sumisión y feminismo: ¿Se puede ser sumisa en la cama y defender el feminismo?

    Porque el feminismo despierta muchas preguntas y cuestionamientos, hoy reflexionamos sobre la sexualidad de las mujeres feministas y el concepto de la libertad sexual a partir de una pregunta clave: ¿Se puede ser sumisa en la cama y feminista?

    Sumisión sexual: un concepto mal empleado

    Desde un punto de vista feminista es difícil aceptar el concepto de sumisión en cualquier ámbito de nuestra vida, también el sexual. Sumisión significa “sometimiento a alguien o a otras personas” y el sometimiento implica la acción de someter, que se define como “sujetar o humillar a una persona”, así como “subordinar el juicio, decisión o afecto propios a los de otra persona”. En otras palabras, ser sumisa en la cama significa literalmente ser sometida en contra de tu voluntad, algo fuera de todo entendimiento para una mujer que defiende el feminismo.

    Un abuso sexual o una violación en la pareja son formas de sometimiento y violencia sexual y estrictamente hablando, una mujer sumisa es aquella que se ha visto obligada a este sometimiento. No, no se puede ser sumisa sexual y feminista, porque ambos conceptos son antagónicos.

    Lo que sucede es que utilizamos mal el concepto, debido a las confusiones que encontramos en películas, televisión y libros eróticos sobre las relaciones sexuales entre parejas y el sadomasoquismo. Mientras que la sumisión supone un acto de violencia, los juegos sexuales que implican dominación y poder suponen un acto libre por parte de la pareja que busca desinhibirse en la relación sexual experimentando formas de placer prohibidas o menos convencionales.

    ¿Puede ser feminista el juego de la dominación sexual?

    No se trata de si el juego de la dominación sexual es feminista o no, o de si una mujer feminista lo es si desea que la azoten en la cama. Quizá, el quid de la cuestión esté en la libertad con la que ejercemos nuestra sexualidad, tanto a nivel físico como psicológico.

    El feminismo no es una guía con normas claras sobre “cómo ser feminista”. Eso no existe, y ninguna mujer u hombre que practique el feminismo como forma de vida, podría estar de acuerdo con una normativa que indique cómo actuar en tus relaciones sexuales (o en el resto de tu vida).

    El feminismo supone libertad, y con ello la libertad sexual de vivir y experimentar tu sexualidad como desees hacerlo, sin que las imposiciones patriarcales te dominen e influencien.

    Pongamos un ejemplo. Aceptar jugar a ser “la sumisa” (aunque mal empleado el término) en una relación sexual sin que sientas la verdadera necesidad de hacerlo, sin que eso te aporte placer o sin haber tomado la decisión conscientemente, no es un acto feminista, más bien puede suponer un trauma psicológico hacia tu persona.

    Jugar con tu pareja al cambio de roles de poder en la relación sexual porque lo disfrutas y lo deseas, porque lo has reflexionado y en el contexto de tu relación de pareja no supone una forma real de dominación hacia tu persona y tu bienestar, es un acto de libertad sexual que es perfectamente válido dentro de tu libertad sexual, seas o no feminista.

    Tanto para las mujeres como para los hombres feministas, liberarse de prejuicios impuestos acerca de su sexualidad es una manera profunda de comprender y vivir el feminismo. Esto puede suponer rechazar cualquier juego que recuerde conceptos como dominación, sumisión o violencia en la relación o aprender a jugar con roles de dominio sexual que impliquen transformar las pautas de dominación patriarcales tradicionales en otra forma de comprender la sexualidad, la forma que cada una y uno desee.

    No hay que olvidar que tu intimidad es tuya, y sólo tu puedes saber desde una posición de poder autónomo qué es lo que deseas en tu sexualidad. Comunicar y expresar nuestros deseos sexuales, aceptar esa parte de nuestra sexualidad que no es políticamente correcta, dejar de juzgarnos por cómo experimentamos el placer sexual y aprender a rechazar lo que no deseamos en nuestra sexualidad, es parte de nuestro crecimiento feminista, un aprendizaje personal que podemos compartir, pero que es indudablemente único y propio de nuestra forma de vivir y comprender el feminismo.

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