5 razones para dejar de evitar que tu hijo llore

Nos encanta ver a nuestro hijo feliz, por lo que cuando escuchamos un llanto se nos disparan todas las alarmas y acudimos enseguida a consolarlo. Sin embargo, este gesto resulta ser contraproducente para su educación, para su desarrollo emocional y, por lo tanto, para conseguir una relación madre-hijo saludable. Te contamos 5 razones para dejar de evitar que tu hijo llore.

Razones para no evitar que tu hijo llore

1. Puedes malcriarlo

La característica en común que presentan los niños malcriados es que sus padres nunca han permitido que llorase y, para ello, le han proporcionado todo aquello que pidiera en el momento que él quisiera. El niño, al observar que llorando se sale con la suya, reforzará este comportamiento, lo que será muy negativo en el momento que trate de sociabilizar con otros niños.

2. Bloqueas sus emociones

Cuando un niño llora es porque se siente mal emocionalmente hablando. Puede ser que esté triste o se haya enfadado, pero en cualquier caso siempre hay una emoción detrás. No dejar que se desahogue hará que ésta permanezca en su interior, pudiendo llegar a causar conflictos internos o traumas.

3. Le enseñas a no expresarse

Llorar es una de las primeras formas que tenemos de expresarnos con el entorno, por lo que cerrarle esa posibilidad le hará entender que no debe decir al mundo qué está sintiendo. Esto le originará muchas inseguridades y le hará ser mucho más introvertido.

4. Lo haces sentir débil

Existen toda una serie de frases típicas como “los niños grandes no lloran” o “solo lloran las niñas”, las cuales no solo están cargadas de machismo, sino también de infravaloración. Repetir esto a los niños hará que cada vez que tengan ganas de llorar se sientan débiles, impotentes e incapaces de comportarse como sus padres esperan de él.

5. Debilitas el vínculo madre-hijo

Evitar que tu hijo llore es visto desde tu perspectiva como una buena labor como madre, pero tu hijo comprenderá que te está decepcionando o que no lo entiendes. Lo mejor es sentarse a hablar con él y motivarlo a que te cuente qué le ha pasado. Con este simple gesto no solo sacará lo que tiene dentro y se resolverá el problema, sino que el pequeño aprenderá a gestionar y entender sus emociones.

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