Dieta disociada: todos los riesgos para la salud

Ni todas las dietas son iguales ni todas son tan saludables como pueden aparentar en apariencia. La dieta disociada es una de las más conocidas, y aunque pueda parecer una dieta moderna fue creada a principios del siglo XX. Es una dieta sencilla, y ahí puede radicar parte de su éxito a la hora de ser una de las más elegidas para adelgazar, y en líneas generales se basa en no mezclar determinados nutrientes (por ejemplo hidratos de carbono y proteínas) en la misma comida bajo la premisa de que no son los alimentos en sí los que engordan, sino su combinación. Encontramos numerosos ejemplos de dietas disociadas, como la dieta de Montignac, dieta Hollywood o la dieta de Hay, entre otras. Pero, ¿tras las promesa de ayudar a adelgazar se esconden riesgos para la salud? Lo cierto es que sí, es una dieta que a largo plazo puede tener consecuencias, sobre todo por el desequilibrio nutricional. Vamos a ver más detenidamente cuáles pueden ser esos riesgos.

Riesgos dieta disociada

La dieta disociada puede derivar en carencia de determinados nutrientes. Una dieta desequilibrada aumenta la sensación de fatiga y debilita los músculos y órganos, al tiempo que nos hace más vulnerables a padecer trastornos de salud. Autoridades sanitarias, como la Agencia Española de Consumo, Seguridad Alimentaria y Nutrición, han alertado en más de una ocasión que la dieta disociada carece de base científica, siendo además una dieta más proclive al efecto yoyo o rebote (recuperar el peso perdido de manera rápida). Restringir, por ejemplo, la ingesta de hidratos de carbono supone renunciar al 50% de la energía total que deben aportar estos nutrientes en una dieta diaria equilibrada. Hidratos de carbono presentes en alimentos como los cereales y que suponen aproximadamente un tercio de los alimentos que tomamos cada día.

A largo plazo, la dieta disociada puede provocar alteraciones gastrointestinales (estreñimiento), malestar general, sequedad de la piel, mareos, uñas frágiles, intolerancia al frío, caída del cabello, halitosis (mal aliento), descalcificación, contracturas musculares, daños renales, amenorrea, ansiedad, problemas de sueño o aumento de los niveles de colesterol, ácido úrico o triglicéridos.

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