El hombre ideal sería empotrador y feminista

La búsqueda de un hombre ideal nos lleva a insistir en el descubrimiento de algunas cualidades y hemos llegado a la conclusión de que lo que buscamos es, en pocas palabras, un hombre que tenga en su justa medida una parte de empotrador sin dejar de ser un feminista. Una mezcla perfecta de hombre valiente y fuerte de corazón, que no tenga miedo a mostrarse dulce y sensible pero que también nos sepa amar con pasión desenfrenada.

No estamos diciendo que deba ser así para todas, tampoco es que realmente pensemos que existe un hombre ideal… pero quizás termines estando de acuerdo con nosotras en que sí que hay algunas cosas que de base, más o menos a todas nos gustaría encontrar en un hombre. Sigue leyendo.

No cabe duda que hoy en día las mujeres somos cada vez más independientes y la mayoría ya hemos entendido que es posible ser felices sin tener una pareja estable. Pero también es verdad que para algunas, puede llegar un momento en el que nos apetece tener la compañía de una pareja. Lamentablemente, no es fácil encontrar hombres que nos respeten de verdad, que estén fuera de los micromachismos y con los que además, nos sintamos bien servidas en todos los planos (o al menos en varios), entre los que incluimos el sexo. Prueba de ello son las relaciones esporádicas que van cada año en aumento y que son la clara muestra de que seguimos en la eterna búsqueda del amor ideal. Bueno, pues quizás esto te ayude un poco a aclarar lo que venías intuyendo desde hace tiempo… ¿qué caracteriza al «hombre ideal»?

El empotrador ideal
Hay momentos en los que toda mujer busca una compañía que realmente le haga sentir emociones fuertes. Muchas veces somos las reinas del organización, pero fuera de lo cotidiano, nos gusta que nos den un poco de caña. Encontrar al empotrador que nos cambie la cara y el cuerpo con solo una mirada es el objetivo. Este cuento de hadas perfecto tiene una historia detrás.

Cazador recolector
En las sociedades del neolítico, la población vivía siguiendo unas pautas de género. El hombre fuerte era el encargado de cazar y recolectar para su familia. La mujer se quedaba en casa cuidando de la prole. Lo masculino y lo femenino vivían separados, destinados a no encontrarse. El sexo se limitaba a una actividad para poder engendrar a los hijos que serían los herederos de la tribu.

Tres mil años después
Miles de años después los hombres ya no son cazadores y las mujeres no viven en cuevas. Ambos géneros se han mezclado dando lugar a todo tipo de relaciones y personas. Poco a poco hemos comprendido que casi nada de ese hombre «macho» nos gusta de verdad, al menos no fuera del sexo. El hombre sensible parece que ha conquistado la tierra, una persona dialogante, que se preocupa por su pareja, que es empático y sabe mantener relaciones equitativas. Las mujeres feministas han luchado por conseguir los derechos de los que todas disfrutamos hoy y eso nos encanta, pero eso no está peleado con el deseo que que él nos sepa dar sexo salvaje de vez en cuando. Un sujeto que intenta evitar los roles de género no es uno que necesariamente es un romántico empedernido también en la cama.
Y por lo visto, el romanticismo, es mejor dejarlo para antes y después, pero no para el momento de la acción.

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La mujer por su parte se ha convertido en un ser libre e independiente, capaz de mantenerse al margen de esa antigua necesidad de compartir casa con un hombre. Pero toda la independencia del mundo y la capacidad para hacer lo que se propongan no ha borrado una parte de las huellas genéticas y quizás por eso el hombre ideal deba guardar un poco de su «lado empotrador» para ciertos momentos íntimos. Un poco de irracionalidad y de deseo desenfrenado nos gusta también.
Un hombre de esos que te clavan a la pared literalmente y te hacen gritar de placer. Los mamuts y las vecinas del cuarto D huyen despavoridos como una manada escapando del fuego cada vez que escuchan estos apareamientos. Solo decimos que a veces, solo a veces, nos gusta que el espacio tiempo vuelva hacia atrás en la evolución, para hacernos recordar nuestro lado más primitivo.

Nos gusta disfrutar de esa sensación prehistórica que se funde con el presente. El hombre ideal es aquel empotrador y feminista que sale a la luz los días de luna llena. El resto de días seguiremos disfrutando de una vida donde los géneros viven lejos de los estereotipos, el feminismo se impone de la mano de la barbarie del empotrador y estamos acariciando la idea de que todo eso… pues tampoco está tan mal.

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